Presente Continuo/RaulIV

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EL MAR TIEMPO

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Raúl Ferrera-Balanquet

Clavado en mis nuevos rumbos y en la inquisidora mirada de un duende que acechaba por la ventana de mi recámara, sentí hambre. Decidí ir a Plaza Oriente en busca de algo que agradara a mi estómago. Al estacionar el auto, miré hacia arriba. El sol estaba en medio de un arcoiris circular. Fue el primer fenómeno natural del día. Los dioses Mayas y Africanos desde el fondo de los recuerdos vinieron del mar a mover mis rumbos. -¿A dónde iré estos días?- Me pregunté al entrar a la Plaza.

El sueño rozó mi cuerpo, encontré una granola, un aguacate de California y un yogurt natural en mi camino y salí de la Plaza esperanzado en los cambios. Rumbo a la casa divisé un baile de relámpagos. Chaac y Shangó saltaban sobre los cielos. La lluvia nunca llegó. Aquel fue el segundo fenómeno natural.

Miguel Angel y yo acordamos vernos en la esquina de la calle 53 y la 56 a las nueve de la noche. Llegué unos cinco minutos pasadas las nueve. Miguel Angel aún no estaba. Esperé un rato y al ver que no llegaba llamé a mi casa. El teléfono estaba ocupado, pero no me sorprendí. Colgué el teléfono y miré hacia el final de la calle.

[Icaro] ¿Y a qué hora?

[Icaro] pues la verdad, soy un chavo normal,

-> Ernesto ¿Dónde se te hace más fácil? Yo estoy libre después de la 7:00.

[Icaro] 1.70. moreno claro. 66 kg,

[Icaro] pelo negro,

->Ernesto: No te preocupes, yo también soy muy normal. No me interesa el "look." Prefiero pláticar. Las conversaciones me gustan más que lo físico.

[Icaro] ¿Pues, por dónde vives?, yo trabajo en Francisco de Montejo.

[Icaro]¿ Y tú?

-> Ernesto: Por Plaza Oriente, pero no importa te puedo ir a buscar.

-> Ernesto: Yo mido 1.76 y también soy moreno.

[Icaro] ok

Uno nunca sabe dónde comienzan y terminan las historias.

Al volver a llamar a la casa me alarmó el tono de ocupado. -¿Quién podría estar pegado al teléfono?- Miguel Angel no aparecía. Sentí la desesperada desconexión con el momento. La ausencia de Miguel Angel y la inaccesibilidad a la información desviaron mi cuerpo de su rumbo normal. Soñé con la metáfora tardía de un espacio cibernético poblado de cuerpos inánimes, cuyas voces se concentraban en equipos estereofónicos ubicados en las afueras del cuerpo. La construcción espacial del paisaje removió mis adentros.

Un Ford Tauros dobló la esquina. Su conductor clavó los ojos en mí. Me volví hacia el teléfono. Marqué otra vez el número de la casa. En la distancia el sonido de ocupado llegó zumbando a mi oído derecho.

-> Ernesto:¿Dónde nos vemos?

[Icaro] yo también, me gusta la plática

[Icaro] pues si gustas

-> Ernesto:¿Y cómo vas a estar vestido?

[Icaro] te doy la dirección

-> Ernesto: Si dame la dirección.

[Icaro] si prometes hablarme como a las

[Icaro] 5:30,

[Icaro] te doy el teléfono.

-> Ernesto: Sí, te hablo a esa hora. Estaré cerca de un teléfono.

[Icaro] ok

[Icaro] te estás ganando mi confianza

-> Ernesto: Bueno, dame el teléfono.

[Icaro] confiaré en tí ya que, como es el del trabajo

[Icaro] pues no es para que hablen muy seguido

-> Ernesto: Sabes qué, me gustó que habláramos de la escuela y las otras cosas.

[Icaro] es 467227

[Icaro] ok

-> Ernesto: No, sólo te llamaré hoy y si después quieres te vuelvo a hablar

[Icaro] ok

[Icaro] ¿Entonces me hablas ?

-> Ernesto: ¿Pregunto por Mario, o vas a estar al lado del teléfono?

[Icaro] estaré esperando tu llamada

[Icaro] pregunta por Mario

[Icaro] ok

[Icaro] y así nos ponemos de acuerdo

-> Ernesto: Bueno, mi nombre es Ernesto

-> Ernesto: Y hablamos a las 5:30.

Yo sólo sé que la historia se mueve como las del olas mar: da vueltas alrededor, va hacia dentro y hacia afuera, regresa, atraviesa el fondo, se vuelve un remolino, choca contra las otras olas...

Desde mi cuerpo, los canales de la información cerraron. Prótesis avanzaron hacia mí. Otra vez el auto pasó lentamente. No pude contener los deseos. Nuestros ojos se comunicaron. Volví otra vez a cambiar mi uniforme angular que me protege de los intentos fallidos de manipulación intelectual que me hacen los medios de comunicación. Destruí mis redes de fibra óptica y me ubiqué en los sueños que tenía antes de tener la Mac al lado del teléfono.

Entré a mi auto. Espere a que el Ford Tauros diera su tercera vuelta. Encendí el coche y avancé tres cuadras. Estacioné frente a un antiguo balcón colonial de donde colgaban buganbilias rosadas. Reconociendo los olores, percibí al conductor del Ford Tauros llegar a mí. Detuve la mirada en sus ojos. Los espacios tecnológicos habían desaparecido. Los sueños cargados del presente, rozaban los relojes. Nuestras manos apretadas sofocaron el encuentro. El conducto existencial de dos cuerpos andantes, plenos de historias informáticas, cruzaron el umbral de los tiempos. Traducidos a los ritmos de la sangre, despojamos a los transeúntes. Los diálogos quedaron marcados por los sobresaltos nerviosos. Los miedos llegaron a la superficie. Acordamos hacer una cita. El espacio inevitable de nuestras patologías sexuales denunció las sensaciones. -¿Y si otro atraviesa la noche y se roba los besos que son para mí?-pregunté ingenuamente.

Decidido a no perder mi batalla, nos adentramos en un parque de árboles centenarios: Ceibas inimaginables cuyos troncos miden más de tres metros de diámetro. Fue el tercer fenómeno natural. Avanzamos hacia nostros mismos. El sonido de un tren acercándose a la noche nos transportó al presente. La comunicación entre nuestros cuerpos se estableció con los besos. Entonces, listos para la cita, nos dijimos adiós.

Llamé otra vez a la casa. El teléfono continuaba ocupado. Pensé que a lo mejor mi brother había logrado piratearme mi clave de acceso al internet y descarté mis temores. El absurdo remordimento me llegó de nuevo. La triste realidad fanstasmágorica de un sucesor de pasiones se aglutinó frente al mar. Los pescadores saltaban de sus lanchas. El recodo de la ciénaga se abrió frente a las humildes miradas.

Pasaron los días y mi ansiedad múltiple descubrió nuevos lenguajes de programación. Surgieron los intentos. Volvimos al parque de las Ceibas centenarias. Nos perdimos, esta vez por seguro, en nuestros cuerpos, y tres horas después aparecimos en la desembocadura del río. Nos dijimos adiós prometiendo un reencuentro. Lo que pasó esa noche quedó grabado en las memorias de nuestros hard drives. El conductor del Ford Tauros nunca regresó.

Mi cuerpo, otra vez lanzándoce a la jungla urbana, construyó nuevas prótesis. La autodefensa se encaró al no dejar que mis sentimientos salieran a relucir. Finalmente, Miguel Angel apereció en el umbral de mi casa. Había vuelto a ver a su mujer. Veniá a buscar sus pertenencias. Yo no hablé. Le señalé donde estaban sus cosas y seguí conectado a mis alargadas teclas computacionales que programaban un nuevo viaje por los nueve mundos mayas.



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©1999 Presente Continuo