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POESÍA |
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Lourdes Rangel
Observatorio
Nada sé
de las estrellas,
pero al mirarlas puedo desnudar su pensamiento
y adivinar el incidente que las dejó mudas,
el ropaje lácteo de su madre al parirlas.
Me parece que a menudo aconsejan al sol
que se olvide de los hombres.
Ellas más que nadie temen a los fantasmas.
Por ello de pronto simulan que se van y no regresan
o que caen como pinzas que tienden el abismo.
Las imaginamos poderosas, altas...
¡oh, indefensas moscas en la era de Dios!
¡Tan descifrable nido para el canto
de los pájaros que han muerto,
hogueras donde se juzga cada latido de los hombres! |
II
Las estrellas condenan a quienes viven apagados,
sin quien sepa cómo tocar el corazón para prenderlo.
Sus palabras son la trayectoria de un barco que naufraga
ante espectadores ciegos y mudos que somos.
La tripulación, ese grito que todo lo mueve,
viene del alma como la locura.
Pueden morir las estrellas sin que nadie las toque.
Permanecen aisladas y fijas como el deseo
en el que se desvela esta cercanía a diciembre.
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