NARRATIVA

Reyes Pérez Rejón

Tárcila

     Terminó el aseo de la casa. Aprovecha que se encuentra sola, pues los patrones, él se halla trabajando y ella de compras. Desnuda su cuerpo en el baño. Humedece el agua la piel y la espuma limpia dejando agradable aroma en el cuerpo.
     Sus catorce años se asustan al descubrir la presencia libidinosa de Patrón quien envuelto en voz pastosa le pide: –No te asustes, no me tengas miedo– y toma por los hombros la figura temblorosa. Tárcila con el cabello escurriendo cierra los ojos temerosa. Sus labios son aplastados por la boca de su patrón y un gran dolor penetra su vientre. Patrón recorre su cintura con las manos mientras el charco se tiñe de rojo. Extrañamente el dolor pasa empujado por algo que le llena de vergüenza pero que produce bienestar nunca sentido.
     –Eso es chamaquita, eso es– declara el susurro agitado en su oreja, mientras la lengua mojada recorre el borde y las manos abiertas de Patrón le aprietan fuerte las nalgas. El cuerpo erizado es marcado por las cosquillas del bigote, es cuando decide estarse lacia para no molestar a Patrón, quien pasa su lengua por el cuello y los hombros acariciando los pequeños chuchos parados.
     Dos meses tiene de trabajar en la casa sin hijos, lo notó desde el principio por la voz dura y muy fuerte de Patrona, que cuando habla parece que las paredes se repliegan. Sabe que cuando la mujer es tosca no le pueden llegar los hijos. Los nenés son demasiado suaves y se lastimarían en la dureza hombrunas. Por eso Patrona grita mucho, todo le molesta. Diario sale a comprar y pocas veces trae algo. Ella sí le da miedo: desde temprano se pone al quehacer para que no la regañe y cuando descubre que sus ojos duros como la piedra la miran en silencio, entonces sí que le dan ganas de correr, de salir a la calle para no sentir miedo, pues cuando esto sucede Tárcila toca su hipil asegurándose de estar vestida.
     Una vez más Patrón llega en oscuridad hasta la hamaca y a tientas le pide que no haga ruido, que es él, que no se asuste. Tárcila no habla, el peso de Patrón se ajusta a su vientre y las eses de la hamaca rechinan alteradas. La nariz se acomoda junto a la suya y el bigote aplasta parte de sus labios. A Tárcila no le molesta, es más, cuando Patrón no pasa en la noche, el sueño llega muy despacio, casi al amanecer, es cuando el quehacer se vuelve fastidioso y los trastes igual que el piso no quedan bonitos por más que los lave, como si todo estuviera triste y ella misma fuera jalada por la fuerza permaneciendo todo el tiempo medio tonán.
     –Dice Patrona que estoy engordando, que no coma tanto. Yo no lo creo si es muy poco lo que como y algunas veces ni siquiera me dan ganas, sólo me da por lamer la pared, no sé por qué. Algo está pasando, siento chocnak a cada rato. Estoy segura que no es eso, porque a pesar de todo es bonito y me dan ganas de acariciar mi barriga un poco grande y cantar suavecito, creo que quiero que mi canto entre por mi Duch y no sé por qué.
     El mundo ensaya por segunda vez la guerra cuando el llanto de niño invadió la estancia y el agua caliente limpia los trapos. Ágil la partera corta el cordón umbilical y asea al pequeño cubierto de sangre para enseguida extraer las flemas.
     Tárcila mira incrédula los bracitos que se mueven y acaricia su cabello pegado. Patrona Rebeca auxilia a la comadrona y en sus ojos siente dolor y alegría al mismo tiempo. Al principio le dio mucho coraje saber que Tárcila sería madre, sin embargo, aceptó olvidando el dolor porque de alguna manera ese hijo sería de ella.
      Patrón Mauri no le dio importancia, total que se hicieran bolas las mujeres que para eso son mujeres.
     Al nuevo miembro patrona Rebeca lo ristra como si fuera su propio hijo, y con el fin de tener mayores comodidades para el hijo, Rebeca comienza a trabajar cuando descubre que pronto llegaría el segundo hijo hasta lograr cinco. Por eso Rebeca se preocupó por enseñarla a hablar. Los chicos al crecer se referían a ambas como mamá Tárcila y mamá Rebeca, repartiendo el amor entre las dos.
     En casa no hay patrona ni sirvienta y cuando Mauri falta alguna noche, Rebeca se acomoda junto a Tárcila para consolarla. Seguramente por el trabajo, porque cuando la mujer trabaja como hombre va cambiando y pierde parte de mujer, y debe ser cierto, pues de un tiempo acá, el sudor de Rebeca se parece mucho al de Mauri y sus manos se pusieron duras y toscas como las de él. Por esa razón ya no extraña la presencia de Mauri, pues las caricias de Rebeca son iguales o mejores y la protegen desde que Mauri olvidó las visitas nocturnas.
Fue en una de esas noches cuando sin previo aviso abrió la puerta Mauri en el momento en que Rebeca le acariciaba los pechos para tranquilizarla. Se quedó parado en el umbral, sin hablar y sin moverse. Pasados unos momentos cerró de nuevo y nunca más supieron que fue de él.
     El hogar se hizo tranquilo, los nietos llegaron. La habitación de mamá Tárcila y mamá Rebeca es muy bonita desde que anidó el amor. Únicamente se altera la paz cuando en las noches mamá Tárcila se encuentra nerviosa y mamá Rebeca retoza con ella para consolarla.
 

 

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