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NARRATIVA |
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Reyes Pérez Rejón
Gilberto en el Paraíso
Historia
de Celestún. Fragmento
En
medio de tanta penalidad dieron las once de la noche: habían
pasado veinticuatro horas desde que Román saliera de su casa.
En esos momentos en que presumió que toda la gente se hallaba
segura, se retiró a ver cómo se encontraba su familia.
La piel morena recibió por completo la impetuosidad del meteoro.
Con las manos en la frente protegió los ojos muy abiertos en
la oscuridad para no caer. Todo en la casa era tranquilidad, algunos
familiares se resguardaban. En el hogar no llegó el agua. Agotado
en su totalidad, ingirió algún alimento manteniendo
abiertos, a duras penas, los ojos. |
Se dejaron sentir
las ráfagas de aire con fuerza descomunal y un ruido inquietante
se escuchó al levantarse una lámina de asbesto del techo.
Debido a una rarísima casualidad, cayó de nuevo ensartándose
en los mismos birlos. |
-Ya se la llevó
la trampa- exclamó Pájaro.
Voy a asegurar mis láminas- le dijo al tío y al
cuñado.
-¿A dónde vas con este huracán que tenemos encima?-
reclamó el tío, más consciente de los tres.
Esta cosa está insoportable por fuera, muchacho te puedes
caer.
-Tengo que hacerlo tío, si llega otra racha igual, se perderá
todo. |
No tenía
escalera para subir al techo, encontró una tabla, con rapidez
clavó varillas atravesadas en forma de escalones y como pudo
subió. Las láminas eran acanaladas, en ese momento resbalosas
por el agua. Luchó titánicamente oponiendo resistencia
a las ráfagas que le hacían resbalar, tratando de tirarlo.
En su mente sólo existía una idea, asegurar las láminas
para resguardar la mercancía. Penosamente avanzó pretendiendo
adherir su cuerpo al asbesto, buscando amparo. Iluminado por un destello,
tomó el desarmador y levantó la hoja. Metió la
punta del alambre cuyo rollo portaba en el hombro, lo amarró
al block y lo tensó. Al pasar por cada birlo, aseguró
con el alambre hasta llegar al otro extremo, para regresar haciendo
lo mismo. Agotado se irguió y miró hacia el mar por
simple inercia, al hacerlo casi pierde el sentido, un dolor en el
pecho y el alma se le congeló. -¡Santo Dios!- exclamó,
al mismo tiempo que se persignaba. Sus ojos café desmesuradamente
abiertos le descubrían el mar hecho en llamas. De barlovento
a sotavento una candelada, pasmado, con ojos mojados contempló
el dantesco panorama y, muy a su pesar, de infinita belleza. |
Enseguida pensó
que los lejanos pozos petroleros estallaron convirtiendo el mar en
infierno.Empavorecido inició el descenso de la azotea, resultando
más fácil a pesar del aire. Golpeó la puerta
trasera repetidas veces, puerta que, previamente les pidió
a sus parientes al salir, no abrieran mientras no escucharan sus golpes.
Entró tambaleante con el espanto reflejado en el rostro, los
ojos muy abiertos y rojos, sin saber si era a consecuencia del llanto
o la lluvia. Impactados el cuñado y el tío lo observaron
sin acertar a preguntar, con la mente en interrogación. |
-Suegro, tío,
padrino- balbuceó incoherente Pájaro.
Asombrados, cuñados y tío se miraron entre sí,
sin entender.
-¡Chinga!, ¡ya se quemó el mar!, está hecho
una candelada afuera- declaró Pájaro tembloroso
sin poder controlarse, sin entender que la potencia del huracán,
producía una ilusión óptica.
-Cuñado no sé qué es lo que pasa, pero está
brutal afuera. ¡Diosito!, cuando recude el viento hacia el sur...
va a destruir Celestún- habló con la mirada perdida.
-¿Saben cómo se mira el parque desde arriba? Parece
que fuera pura espuma. |
El agua tenía
una altura de quince pulgadas, como referencia tomaron la altura de
una botella de coca cola, y decían constantemente: -si rebasa
la botella, ya tronamos. |
Las lanchas pasaban
por el parque con motores de hasta cincuenta y cinco, igual que si
estuvieran en una pista. Algunas personas se pasaron a ahogar |
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