|
NARRATIVA |
|
Carlos Martín
Donde
Camina la Nostalgia
Siempre
me pareció que esa era la cuadra más larga del barrio.
Uno pasaba primero el bar de la esquina, luego el local de baile,
enseguida unas viejas casonas color pastel de techos altos, hasta
toparse con la figura de la anciana. Había que aminorar el
paso, pues su equipaje acaparaba casi todo el espacio reservado para
andar. |
Todas las tardes,
al regresar del colegio, nos la encontrábamos. Vieja, flaca,
con la mirada perdida, lanzando a los transeúntes aquella sonrisa
de dientes cariosos. Solíamos caminar de prisa al pasar junto
a ella y hasta mi hermano, que se preciaba de no temerle a nada, inclinaba
la cabeza. Lo cierto es que, bajo el sol de la una de la tarde, con
las mochilas en la espalda y el sudor chorreante, preferíamos
apresurar el paso a variar nuestro recorrido por causa de las historias
que se contaban. |
En casa, mis
padres nos habían prohibido terminantemente acercarnos a la
vieja; comentaban que dentro de su equipaje guardaba los restos de
su marido muerto. |
A pesar de las
murmuraciones, a mí sólo me producía lástima.
Lavar a diario la acera, cerrar puertas y ventanas con sogas y candados,
sacar las maletas a la calle y sentarse sobre ellas durante horas
y horas, era como una invitación a aproximarse y averiguar
qué la llevaba a tal rutina. Por supuesto, no me tragaba la
historia del muerto. Lo más probable, deduje, es que el marido
hubiera encontrado a otra y, para eso, no se necesita enterar a todo
mundo. |
Resolví
acercarme a ella en la primera oportunidad que tuviera. La epidemia
de rubeola fue el pretexto. Iba solo, pues mi hermano no había
logrado escapar del contagio. La calle se abría ante mí
como promesa de misterio. Me detuve y extendí la mano para
saludarla. No me devolvió el gesto pero en cambio, sonrió
enseñando sus pocos dientes. Aporreó las manos sobre
las maletas y entendí que me invitaba a sentarme a su lado |
Hace calor
dije, nervioso.
Es verdad, niño.
Hubo un silencio largo que al cabo ella rompió:
Tú no lo sabes, pero de un momento a otro vienen a recogerme.
La pobre está loca, pensé.
Comenzó a platicar con entusiasmo y entrecerré los ojos
para escucharla mejor. |
El sol se derrama
pleno en mi cara. Las pupilas pequeñas, profundamente azules,
la boca delgada, casi imperceptible (a no ser por esa horrible dentadura),
el rostro amarillo, ajado y la voz aguada y monótona me hipnotizan. |
...nací
en Huesca, una región española donde crecen uvas del
tamaño de un limón. Vine por barco, desde muy joven,
siguiendo al hombre con el que estuve casada. Fui feliz hasta que
se me metió en la cabeza eso de conocer mundo. Esfinges, catedrales
y paisajes que sólo puedes ver en fotografías de los
libros poblaban mis sueños. No acertaba a elegir destino. El
pobre de mi esposo trabajaba sin descanso para reunir dinero suficiente.
Tal vez por eso nunca tuvimos hijos y quizá por eso se fue
sin decir nada.... |
Poco a poco sus
facciones fueron desapareciendo; apenas percibí un murmullo
apagado y lejano. Gocé el horizonte límpido del Mediterráneo,
la niebla espesa del Mar Muerto, el viento helado de los eriales rusos,
el azul puro del Caribe hasta que la llovizna cayó sobre nosotros.
|
Hasta hoy, no
sé cuánto tiempo pasó. Mi madre dijo hallarme
dormido en el quicio de la puerta. Deliré varios días
por la fiebre que acabó en rubeola. A la vieja, nunca más
se le volvió a ver. Lo que nadie olvida es el día que
regresé de nuevo a clases, cuando, al colgarme la mochila en
la espalda, un hilo de fina y blanca arena se desprendió de
ella y me acompañó a lo largo del camino hacia el colegio... |
|PORTADA|EDITORIAL|POESÍA|NARRATIVA|ENSAYO|ENTREVISTA|COLABORADORES|CONSEJO|
Navegaciones Zur/Revista
Trimestral
Centro Yucateco de Escritores A.C.
@EdicionesZur 2002
|
|
|