ENSAYO

Roger Metri

Virginia Woolf o el Espejo Refulgente del Lenguaje

   Mrs. Dalloway said she would buy the flowers her self. Una de las oraciones más reveladoras con las que Virginia Woolf desenmascara las intenciones de una de las novelas que la hicieron la escritora inglesa cuyo trabajo creativo fue comparado con Conrad, Joyce, Proust o Kafka. El que la construcción gramatical se desarrolle de manera horizontal y sencilla, exponiendo el nombre de la heroína del roman desde el primer párrafo, y la simple arquitectura de sujeto, verbo y complemento, es sólo una trampa que la autora de “Al faro”, “Las olas”, “Orlando”, “Flush” o “Tres guineas”, “Los años”, “Entreactos”, “El cuarto de Jacob” y “Una habitación propia”, nos ha puestoprecisamente antes de enclaustrarnos en el “stream of consciousness” que

 

 

 

 

 

 

el monólogo interno que la escritora comienza a experimentaren 1917 en el relato “Kew gardens”, cinco años previos a la publicación del Ulises de James Joyce, lo más leído del siglo XX, en 1922. La novedad en aquel 1925 cuando “Mrs.Dalloway” es publicada, y acaso lo sigue siendo, era la complejidad del predicado compuesto por tres complementos, she should buy en copretérito, the flowers, donde recae la acción y herself, en reflexivo. Nos revela también, la vida de una mujer sencilla, si bien de la alta clase inglesa de la época victoriana y la forma doméstica de su existencia.

     That is all, I am happy, I have five sons, suenan como rocas cuyo ritmo de caída aventuran al lector a un mundo que en aparente simplicidad, tiene de trasfondo la guerra mundial de principios de siglo, la locura, la enfermedad, la felicidad, en fin, esas cosas que de algún modo nos tocan a cualquiera. Virginia Woolf buscabacomo Dostoyevsky, que el discurso fuera fabricado a partir de un sentimiento profundo, con la salvedad que ella le añadiría una conciencia abstracta de la realidad que es lo más cercano a la ficción, a través del discurso del silencio que el “stream of consciousness” arrojaba por medio de las palabras amadas, éticas y honestas, no sugeridas por lo meramente convencional. Así, igual a los ojos que se acostumbran a la tiniebla o a la luz para distinguir una silueta, o el universo visto por el loco y el cuerdo a la vez, el refulgente espejo del lenguaje de la narradora británica nos quiere patentar que contra la brutalidad del mundo que falsamente promueve ideales, por un lado, y por otro ejecuta actos de barbarie, sólo la sensibilidad y la sensibilización nos proporciona una mínima, aunque sea, esperanza. Afirma, la también ensayista, que en resumen todo el mundo es una obra de arte y nosotros parte de él, que “Hamlet” o “La Novena Sinfonía” son la verdad, no existe Shakespeare o Bethoveen. Nosotros somos las palabras y nosotros somos la música. Eso es lo real detrás de las apariencias y eso es lo que refulge.
     Sobraría decir que Virginia Woolf nace y crece en la época victoriana, en 1882, hace ciento veinte años, y que su novelística expone y se contrapone a esa etapa socioeconómica de la Inglaterra imperial, así como hasta su muerte en el lago Ouse en 1941, cerca de su casa en Sussex, luego de la defensa incansable de los derechos de género, la prerrogativa política de la mujer para votar y ser votada, la conciencia pública de los social en un régimen monárquico; a los cincuenta y nueve años de edad y habiendo tenido como compañeros de luchas a Lytton Strachey, E. M. Forster, J. M. Keynes, Roger Fry, Vanessa Bell y su esposo Leonard Woolf, miembros todos del influyente grupo de Bloomsbury, el barrio londinense donde se afincaron, cursando también una cálida amistad con T. S. Elliot, a quien publicaron en la editorial de la firma de los Woolf, Hogarth Press. También sobra decir que fue la primera mujer en impartir una conferencia en la prestigiada Universidad de Cambridge y el Museo Británico, de las cuales surgieron sus ensayos Una habitación propia y El cuarto de Jacob.
     Ya desde los escritos anteriores a su obra mayor, tales como The voyage out, Noche y día o Lunes y martes, le obsesionaba la palabra precisa que había aprendido puntualmente de su padre el crítico y biógrafo Leslie Stephen, pero que reflejaba la preocupación primordialmente humanística que abordará en toda la tarea woolfiana, la suficiente y pesada carga de uno mismo con el singular distanciamiento del yo que nos determina a través de la serie de recuerdos producto de la memoria finita y por lo tanto consciente de su pasado, presente o futuro, que no son una masa informe sino un halo luminoso que en el abismo interior aloja una serie imprecisa de emociones, imágenes y flujos que constituyen la vida y el espíritu.
     En Orlando , 1929, bastaría dejarnos engañar por el efecto de su conversión de hombre a mujer, para caer en el pensamiento inocuo de que la novela es sexista, cuando en realidad el fin de la obra es exponer las necesidades de una dama de la época isabelina, los tropiezos masculinos y femeninos de la sociedad victoriana y los obstáculos inherentes a sus obsesiones del yo, nuestro trato con los demás que es efímero y no dura mucho. Una vez aprendida la lección, completado el deber, hecho el servicio y obtenida la satisfacción, permanece una distancia y el tiempo como recompensa. El trabajo es lo que resta es muy simple. Recordar. Esa reconciliación amorosa con el pasado que se logra sólo con el lenguaje. Sea ya la sombría obsidiana, el pabellón polícromo de los príncipes de Asia, la vida reclusa de las estatuas en mármol de Grecia, los murmullos de las ruinas de Roma, el verde profundo del jade, el pórfiro denso del basalto, el carmesí de los tejidos persas, los mosaicos de Lisboa, en fin, esas bellezas materiales que se humanizan cuando las toca la palabra que las limpia del musgo y la hierba y las devuelve intactas para preguntarnos, estuvieron ahí, no estuvieron ahí, las soñamos o las vivimos.
     El lenguaje en Virginia Woolf fue determinante para su filosofía. En las olas apunta, The sun had not yet risen. The sea was indistingshable from the sky, except that the sea was slightly creased as if a cloth had wrinkles in it. Cada uno de de los seis monólogos van precedidos de una etapa del día hasta llegar al crepúsculo, oscurecido, donde al ponerse el sol que aún no nacía en el primer monólogo, cae en el último mientras las olas se quiebran en la orilla.
     Si analizamos de nuevo las oraciones, confirmamos el encierro de predicados dentro de predicados y la novedosa propuesta que el discurso woolfiano ofrecía en 1931, trastocando el orden convencional de la gramática inglesa que iniciara Dorothy Richardson y cultivado por Faulkner posteriormente.
     Esta técnica manejada en Al faro en 1927 y abandonada en sus dos últimos libros Los Años en 1937 y Entreactos en 1941, es la aportación lingüística y literaria de los novelistas ingleses de principios de siglo XX, que hicieron corresponder lenguaje, filosofía y personaje. En Orlando dice, Gracias a Dios soy mujer, gritó y estuvo a punto de incurrir en la suprema tontería – nada más afligente en una mujer o un hombre- de envanecerse de su sexo. La oscuridad que separa los sexos y en la que se conservan tantas impurezas antiguas, aun no abolidas.
     La riqueza del lenguaje en Virginia se debe a su concepción de la vida. Examinemos, por un instante, una mente, en un día cualquiera. El cerebro recibe miríadas de impresiones triviales, fantásticas, ya efímeras, ya grabadas con la precisión del acero. Ellas surgen de todas partes, en un incesante espectáculo de innumerables átomos que a medida que caen forman la vida.
     En Al faro, reafirma sus decisivas líneas iniciales. Yes, of course, if it’s fine tomorrow, said Mrs. Ramsay, creando un juego de tiempos presente y pasado y una espectativa de imaginación que no concluye aun cuando la novela ha terminado.
     A fin de cuentas, esos flujos que constituyen la vida se corresponden con el lenguaje con el cual Virginia Woolf fabula el mundo de sus novelas, continuando esa tarea de pocos, que es interés cada vez de menos, el de proseguir con el trabajo de Homero, tan simple como que es lo que ha dado identidad a los pueblos desde los griegos.
     Hay una cita de Orlando que indica el respeto de la escritora británica por la poesía y el oficio literarios: si el oído es la antecámara del alma, la poesía puede corromper más seguramente que la lujuria o la pólvora. Por consiguiente el oficio de poeta es el más elevado de todos. Sus palabras alcanzan donde otros se quedan cortos. Un simple poema de Shakespeare ha hecho más por los pobres del mundo que todos los predicadores y filántropos de la tierra.
     Ese era su gusto por la tolerancia, la honestidad intelectual, el rechazo a la vulgaridad y la aceptación de la belleza, el amor y la dulzura de las palabras, que nunca está de más, seguir de ejemplo.

 

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