ENSAYO
Ena Evia

 

Destejer la Sombra Tras del Sol Girante

 

Sólo la claridad nos inundaba
-Marilyn Bobes

     Privilegiada de esta época soy, como diría el poeta Miguel Bernet, y toda la algarabía proviene del hecho crepuscular de la presentación del nuevo libro de Jorge Lara: La ronda del sol girante.

He leído verso a verso el recorrido luminoso de los textos, descubriendo una voz enriquecedora y gratificante. Voz universal, reivindicadora, de la identidad cultural humana que impele a escuchar el llamado poético.

 Un clamor afirma el título, una ronda lo acompasa. El sol girante, actor primigenio del movimiento continuado describe su órbita, ciclos estacionales son signados por la naturaleza y sus cuatro danzantes: agua, aire, fuego y tierra, nombrados en lengua Maya

-nuestra cultura madre- para que no olvidemos origen y destino. Ajustemos el calendario y rescatemos lo inscrito en la memoria "el penumbrado idioma de los chilames" enterrados en la fragilidad de la existencia.     
     Con esta lógica, se estructura el cosmos de la obra, sin olvidar el significado de cada sustancia: el aire, impulso para el renacer; el agua, lecho pródigo de la fecundación; la tierra, femenina deidad que es preñada, dulce gestación expresiva en el parto y protectora eterna; el juego, purificación en llama de cenizas y posibles muertes que reinicia "el rito del jaguar creciente". El orden secular nos remite a la ronda: tarareo del recuerdo transfigurado en oráculo, vaticinador del futuro, testimonios de sentimientos, emociones, sucesos, registrados a cada instante, fugaces en su actualidad, trascendentes en su mensaje; el recuerdo, nostalgia y lágrima, concluye en cuestionamiento y advertencia, esperanzado emblema o desenlace lacerante pero veraz.
     El eco de la ronda persiste. Se cumple la intención lúdica que en algunas estrofas manifiesta ironía. El canto ansioso, el afán por decir se ha colmado. Y la praxis de una o varias técnicas expresivas denota el dominio y el desarrollo de temáticas, abordadas sin temor; la actualidad se conjuga en lo histórico e imaginario, se construyen territorios imaginarios donde el hombre (o mujer) son "son voraces maravillas, júbilo de la lluvia, melodía de la aurora".
     Cada poema espuma olas, nos envuelve en su líquido fluido, inundación ávida del cuerpo cuando los pronombres antiguos del deseo bisbisean al oído. Ocurre, entonces, el ensueño, la ruta de la noche que intensamente se prolonga en las cartografías de continentes imaginarios en los cuales el sentido de lo real no se oculta: caminos de asfalto, ulular de ambulancias, aullidos de relojes automáticos... y el grito febril de piedras monolíticas. Pero si la ruta aborda estos hemisferios, también surca espacios de belleza incomparable, verdades silenciosas, laberintos que acechan minotauros, planicies que prefieren votos de luz, avenidas de ángeles que exudan aromáticas gotas de olores sugestivos, enigmas de la niebla.

     Preexiste la búsqueda, el tránsito, ese no detenerse pues parte del sol y su andar en giros no es "tiempo de suicidas ni de ciegos". La mgiros, porque ancha de semen, "esperma sobre cualquier faro" nos causa estupor, revela lo perfectible del firmamento; el quehacer es, todavía, negación a la muerte. Así, "el amarillo feroz" que atraviesa la ventana, "veta inaugural hacia el misterio", otorga permisividad a la refulgencia para su desciframiento; Lara, "el jinete de las sombras", podrá agitar la copa donde vierte nuevas frases, esplendentes metáforas y límpidos vocablos, comunicando la experiencia de sí, de su sensibilidad, de sus dolorosas y "pródigas lluvias de octubre, de sus arrecifes de estrellas", pautando otras rondas -ecos no imposibles- en manos que dibujan, minuto tras recuadro, la vida.


*Texto leído por su autora durante su intervención en la presentación del libro “La ronda del sol girante” del autor Jorge Lara Rivera, en la pasada Feria Internacional del Libro en Pinar del Río, Cuba.

 

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